viernes, 28 de octubre de 2011

COSTUMBRES FUNERARIAS

Bueno, y llegando a finales de octubre, toca recordar a los difuntos, aunque en este blog, de alguna u otra manera, realmente pocas veces se habla de otra cosa, jajaja. Hoy el viento nos trae el recuerdo de las diferentes formas en las que el ser humano ha pretendido preservar la memoria las personas con las que ha compartido la vida, y ya han tomado ese misterioso camino hacia la eternidad. Pero, para hacerlo alegre, hoy nos centraremos en algunas curiosidades al respecto de las costumbres funerarias. Así que pasen y vean.



Desde la noche de los tiempos, la Humanidad primitiva siempre consideró, o quiso considerar, que la muerte no suponía el fin de la existencia, y que, de alguna manera, la vida continuaría después de ella. Y, por otra parte, el dolor y el vacío que producía perder a una persona querida llevaron a que se buscara la forma de conservar, de algún modo, sus restos materiales, en un afán por aferrarse a la memoria de su presencia en el mundo. Este fue el origen de los rituales mortuorios. Paradójicamente, la mayor fuente de información que tenemos sobre la vida de nuestros ancestros procede precisamente de los enterramientos.

Ya el hombre de Neanderthal dejó constancia de su creencia en la transcendencia de la vida al dejar ciertos objetos junto a los cadáveres enterrados, a los cuales, a su vez, se les ubicó en lugares determinados para poder ser visitados y honrados de vez en cuando. En la misma cueva de Shanidar (Irak), que ya citamos en una entrada anterior, aparecieron los restos de un anciano (de hace unos 50 mil años) revestidos de una capa de tierra con una cantidad enorme de polen fosilizado, lo que indica que fue cubierto de flores.

Reconstrucción Idealizada del poblado de Çatal Hüyük
En el Neolítico (surgido desde hace unos 10 mil años), quizás por la creencia en la resurrección de la carne, se comenzó a rodear a los difuntos de los objetos más preciados que les habían acompañado en vida, aparte de recipientes con alimentos. Entre estos objetos más preciados, ocupaban un lugar destacado las armas de combate. Así en el yacimiento de Çatal Hüyük (Turquía), encontramos lanzas y puñales junto a los hombres, y espejos y peines junto a las mujeres. Ya digo, cada uno con sus armas.
Espejo de obsidiana pulida, como los que usaban las narcisistas en Çatal Hüyük

Procedentes de esta misma época, bajo antiguas viviendas de la actual Palestina, encontramos restos humanos. Es decir, que los difuntos eran enterrados bajo el suelo de su propio hogar. ¡Pero, sin cabeza!. Porque ésta, una vez descompuesto el cuerpo, era extraída y sus antiguas facciones eran reconstruidas con arcilla, pasando hacer compañía, a modo de reliquia, a los vivos en un lugar destacado de la casa.
La reliquia del abuelo

En relación a la necesidad de conservar el cuerpo para una futura resurrección, nadie como los antiguos egipcios para ello, porque desarrollaron una tecnología muy avanzada con el objetivo de preservar los cuerpos de la descomposición. Se sabe que en épocas muy antiguas, hacia 3000 años a. de C., la momificación estaba reservada sólo para la élite dominante. Pero con el tiempo se fue “democratizando”, y se hizo accesible para todo aquel que pudiera pagar por ella. Incluso se han encontrado momificados animales domésticos, como bueyes, gatos y hasta una mantis religiosa, por la que parece ser que alguien sintió también un especial cariño, y es que hay gente para todo. Pero entre los antiguos canarios, emparentados remotamente con los egipcios, la momificación siempre fue privilegio de los oligarcas, incluso la palabra que tenían para designar a las momias, jajo, se parece mucho al vocablo egipcio sahu, que también significa momia.
Momias egipcia y guanche

Estela funeraria griega
Sin embargo, entre los pueblos indoeuropeos se generalizó la incineración del cadáver antes de ser enterrado. Las cenizas (que no siempre eran tales, sino más bien restos de huesos calcinados) se depositaban en una urna o directamente en un hoyo, que luego era cubierto con una estela funeraria. Por eso de la Antigüedad Clásica, pocos son los restos humanos que conservamos. Pero los antiguos romanos, ellos siempre tan prácticos, tenían por costumbre mandar a esculpir un retrato del fallecido a partir de máscaras mortuorias (hechas de cera). Y gracias a eso sabemos qué cara tenían los romanos, quiero decir qué aspecto, jeje.
Patricio romano portando las efigies de sus antepasados
Con el contacto de la cultura egipcia y la aparición del Cristianismo, en el Imperio Romano tardío empezó a generalizarse el enterramiento de los cuerpos. No así en la India, donde la costumbre de la cremación se conserva hasta nuestros días. Aunque, curiosamente, uno de los monumentos hindúes más conocidos en el mundo es precisamente un una tumba-mausoleo musulmana, el Taj Mahal.

Torre del silencio en Yazd (Irán)
En el antiguo Imperio Persa, devoto de la religión de Zoroastro, los cuerpos fallecidos no eran incinerados ni enterrados, sino que eran situados en unas construcciones muy altas, llamadas torres del silencio, donde los cuerpos eran pasto de las aves carroñeras. Esta costumbre de devolver el cuerpo al ciclo de la naturaleza también la practicaban algunos pueblos de América del Norte y, hoy en día, los tibetanos.

Entre las culturas del Extremo Oriente, los rituales funerarios tradicionalmente siempre han sido muy complejos, y algunos duran desde varios días a varias semanas (como en algunas islas de Indonesia). En China y Japón, donde se ha extendido el budismo, se ha generalizado la incineración, cosa que también tiene su lógica, aparte de su razón religiosa. Porque en estos países densamente poblados se entiende que es preferible dejar sitio para los vivos.


Cementerio japonés

Por su parte, para los musulmanes, el enterramiento es en cierto modo una metáfora del retorno al vientre materno, y el cuerpo es depositado en la tierra limpio y desnudo, sólo cubierto por un sudario, y sin ningún tipo de ataúd ni ajuar. Las tumbas, salvo excepciones, suelen ser también muy austeras.

Volviendo a Europa, tenemos el caso curioso de los enterramientos vikingos, que, para los guerreros importantes o miembros de la oligarquía, se hacían en una fosa con forma de barco. Entre los restos encontrados, de momento no ha aparecido ningún casco con cuernos, por lo que concluimos que esa imagen tradicional de los vikingos es pura leyenda.
Casco vikingo falso


Sepultura de un dignartario
maya, en Palenque (Chiapas, 
E.U. Mexicanos)
Y dando un salto oceánico, vemos cómo las grandes civilizaciones americanas prestaron también una atención especial al tratamiento de los cuerpos difuntos. Entre los aztecas y mayas la incineración fue lo más habitual, y las cenizas eran depositadas en urnas cerámicas. Los enterramientos solemnes sólo estaban reservados para los grandes mandatarios, a los que se le acompaña con toda clase de lujos y riquezas. Los aztecas también enterraban a las personas que habían muerto ahogadas, a los gotosos, hidrópicos y mujeres parturientas. Esto último tiene que ver con que la diosa Mictecacihuatl, “la Señora de las Aguas” según la lengua náhuatl, era la reina del Mictlán (el mundo de la paz eterna) y era la encargada de custodiar los huesos de todos los muertos. Según la leyenda, esta diosa había muerto al nacer, y por ese motivo era considerada también como la “Señora de la Muerte”. El culto a Mictecacihuatl aún sigue vivo en México, personificada en la figura de la Santa Muerte.
Representaciones de Mictecacihuatl y de la Santa Muerte

Para las antiguas culturas peruanas también se consideró importante la conservación del cuerpo, y los cadáveres eran sometidos a un proceso de desecado, o sepultados en lugares donde el frío o la aridez les preservaran de la descomposición. Igualmente partían hacia su viaje eterno rodeados de alimentos y todo tipo de objetos, dependiendo, por supuesto, de su rango social.


Reconstrucción idealizada de la cámara funeraria del Señor de Sipán
 (Lambayeque, Perú), perteneciente a la cultura mochica.

Y, por lo general, se entiende que el lugar donde son depositados los restos será la morada definitiva del difunto, por lo que se suele decir eso de “Descanse en paz”. Pero no para los finados de Madagascar. Allí, cada cinco años como mínimo, desde el fallecimiento de la persona, se celebra el Famadihana. Esta costumbre, posiblemente originaria de sus ancestros indonesios, consiste en la apertura de los sepulcros y la extracción de los huesos, que son depositados en una estera, y para luego bailar con ellos en una gran fiesta. Al terminar la celebración, el difunto es obsequiado con regalos, y depositado de nuevo en su sepulcro, donde descansará… hasta la siguiente fiesta.



Pero para fiestas las que se están organizando últimamente en China, ese gran país. Allí existe la creencia de que cuanta más gente acuda a los funerales más suerte vendrá para la familia. Por lo que esta última despedida, y con el fin de atraer al público, se acompaña de todo tipo de espectáculos, que pueden incluir un striptease. Y es que los chinos se han modernizado mucho.



Ya se sabe, renovarse o morir..., jajaja. Y al respecto de todo esto, y como colofón a la entrada podemos quedarnos con una frase del filósofo Epicuro, que nos dijo:

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, 
nosotros no somos”


Y les dejo con un vídeo clip del cantante español don Pere Pubill i Calaf, más conocido como Peret, el rey de la rumba catalana, quien, acompañado del grupo Ojos de Brujo, nos interpreta una nueva versión de su conocido tema "El muerto vivo", del año 2009.




Saludos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

COSA DE BRUJAS


Hemos oído hablar tantas veces de ellas, envueltas siempre en un halo de misterio y fantasía, protagonizando tantas leyendas y cuentos, que en la mentalidad colectiva han quedado como seres fantásticos surgidos de la imaginación de nuestros ancestros. Pero hoy trataremos de acercarnos de una forma racional, intentando de aportar un poco de luz, al estudio de este fenómeno, siguiendo, como no podía ser menos, nuestro habitual "estilo junguiano", jeje. Hoy el viento nos trae el recuerdo de las brujas.


Pero antes que nada, cabría preguntarnos si sabemos qué es exactamente una bruja. Hoy en día esta palabra tiene un significado muy amplio, pero en siglos pretéritos, brujas se denominaban exclusivamente a las mujeres acusadas de practicar cultos demoníacos y de pactar con el Diablo, diferenciándolas claramente de las hechiceras, es decir, las que practicaban artes mágicas y las ciencias ocultas.



Tanto la brujería como la hechicería hunden sus raíces en las antiguas religiones animistas, en las que la práctica de la magia y la invocación de entidades espirituales eran expresiones cotidianas dentro del culto religioso. Sin embargo, con el desarrollo de los estados, y el establecimiento de los cultos oficiales, una buena parte de estas prácticas quedaron desde entonces recluidas en la marginalidad. Y las brujas y hechiceras pasaron, por tanto, a desarrollar sus actividades en el ámbito de la clandestinidad. En la antigua cultura griega ya eran consideradas como seres perversos, capaces de transformarse en animales, volar, provocar tormentas, y se decía que hacían sus reuniones de noche invocando a Hécate (diosa de las fuerzas ocultas de la naturaleza), Selene (diosa lunar) y Artemisa (diosa de la naturaleza). Y de ello nos queda constancia en la literatura de la época, el mismo Ulises y sus compañeros, en la “Odisea”, tuvieron un desgraciado encuentro en la isla de Eea con la bruja Circe, que vivía en una mansión en medio de un espeso bosque.
Ulises hechizado por Circe

Entre los romanos, ellos siempre tan prácticos, siguió existiendo esta consideración despectiva con respecto a brujas y hechiceras, a las cuales se les llamaba maleficae (maléficas), por practicar, sobre todo, la magia negra, es decir, dañina. Y, aunque no existía oficialmente una persecución contra ellas, sí que podían ser procesadas si eran denunciadas. A este respecto, en las “Metamorfosis” de Lucio Apuleyo, del siglo II, la sierva Fotis nos dice que su señora…

“… Se había fijado en ese muchacho ayer tarde al volver de las termas; estaba sentado en una barbería, y me mandó que recogiera a escondidas unos mechones de los que ya habían caído al suelo por el corte de la navaja; cuando los estaba recogiendo a toda prisa, me descubrió el barbero, y como ya tenemos la mala reputación de hechiceras, me agarró y me increpó de malas maneras: "¡Mala puta! ¡Pendón! ¿Por qué no dejas de robar ya los cabellos de estos apuestos jóvenes? Si no dejas esa mala costumbre te voy a denunciar a los magistrados.”

El hecho es que, a pesar de todo esto, las brujas y hechiceras siguieron conviviendo de forma más o menos pacífica con los cultos oficiales, incluso con la llegada del Cristianismo. No hay que olvidar tampoco que buena parte de sus “trabajos”, que podían incluir también la magia benéfica, los hacían para una clientela que reclamaba sus servicios, y eso hizo que su presencia, aunque marginal, fuera necesaria e imprescindible durante siglos. Pero, a partir del siglo XIII, con la instauración de los tribunales de la Inquisición, esta situación daría un giro radical. Desde entonces, las brujas y hechiceras pasaron a ser oficialmente perseguidas, y se instaba a todos los fieles que las denunciaran ante el Santo Oficio.



No sólo se las acusaba de practicar la magia y hacer pactos con el Diablo, sino también de arruinar cosechas, envenenar pozos, enfermar al ganado, provocar granizadas, comer niños…, y todas las calamidades imaginables. Las mujeres acusadas de brujería fueron a menudo sometidas a crueles torturas con el fin de que confesaran a la fuerza el delito que se les imputaba, pero, además, de que dieran nombres y delataran a sus compañeras. La condena más frecuente era la muerte en la hoguera, y se calcula que hasta el siglo XVIII, unas 500.000 personas fueron brutalmente asesinadas de esta manera en Europa. Para los casos de hechicería, la condena era el destierro.



Uno de los motivos más frecuentes por los que se intentaba probar el trato de las brujas con entidades demoníacas era el de que ellas mismas confesaban que eran capaces de volar. La explicación a esto podríamos encontrarla en el ungüento que las brujas decían que utilizaban para ello. En el siglo XVI, llegó a manos del médico español Andrés Laguna un tarro de este secreto ungüento maloliente y de color verdoso, que decidió probar con la mujer del verdugo de la ciudad de Metz (Francia), que se prestó para ello. Nos dejó escrito que, después de untarla de pies a cabeza con esta sustancia, “ella se quedó dormida de repente con un sueño tan profundo, con sus ojos abiertos como un conejo, que no podía imaginar cómo despertarla. Finalmente despertó, pasadas 36 horas, y diciendo: “¿Por qué me despiertas en este momento tan inoportuno? Estaba rodeada de todos los placeres y deleites del mundo”. Entonces sonrió a su marido que estaba allí y le dijo: “Bribón, sabes que te he puesto los cuernos, y con un amante más joven y mejor que tú”.



Ilustración antigua de la planta de mandrágora.
Se decía que gritaba al ser desenterrada
El poder de este potingue mágico sin duda se debía a que se trataba de una droga. Aunque seguramente no exista una única fórmula, parece ser que el principio activo contenido en el ungüento de brujas es la atropina, un alcaloide capaz de interferir en las conexiones neuronales, y con gran poder alucinógeno. Está contenido en plantas europeas como la mandrágora, el beleño y la belladona, que aparecen citadas en algunas fórmulas mágicas. Entre los efectos de la atropina están las sensaciones de vivir experiencias eróticas desenfrenadas y la impresión de estar volando. La atropina, además, puede ser absorbida por la piel, especialmente donde es más sensible, de ahí la leyenda del uso de escobas, que se usarían para aplicar esta sustancia en la zona genital.


Otra pregunta que podríamos hacernos es por qué durante esos siglos la represión contra las brujas fue tan violenta, por qué fueron culpadas de ser las principales causantes de todos los males, y por qué se montó toda una parafernalia ideológica y legal con el objetivo de acabar con ellas. La primera razón es porque, precisamente, eran personas que vivían al margen del sistema, no estaban bajo el control del poder civil ni eclesiástico, y, además manejaban un conocimiento y unas artes que retaban y ponían en entredicho al poder establecido. Las brujas eran, por tanto, un “peligroso” contrapoder que les inquietaba y les quitaba el sueño. Y no dudaron en cargar contra ellas utilizando todas las armas posibles. La segunda razón es que, además, se trataba en la mayoría de los casos de mujeres solitarias, pobres e indefensas, y, en ocasiones, con la mala reputación añadida de haber sido prostitutas. Canalizar la opinión pública en su contra fue muy fácil. En tercer lugar, la lucha contra las brujas fue una cortina de humo perfecta para ocultar durante siglos las tropelías de clérigos y nobles a costa del sufrimiento del pueblo llano. A propósito de esto, el antropólogo Marvin Harris nos dice:

“El significado práctico de la manía de las brujas consistió, así, en desplazar la responsabilidad de la crisis de la sociedad medieval tardía desde la Iglesia y el Estado hacia demonios imaginarios con forma humana. Preocupadas por las actividades fantásticas de estos demonios las masas depauperadas, alienadas, enloquecidas, atribuyeron sus males al desenfreno del Diablo en vez de a la corrupción del clero y la rapacidad de la nobleza.”


Esto explica también que se convirtieran en las malas de los cuentos infantiles. Pero, desde finales del siglo XVIII, con la difusión de la Ilustración, el ascenso al poder de la burguesía, y la generalización del laicismo, la caza de brujas llegó a su fin. Aunque en las legislaciones de muchos países seguirían siendo consideradas como delincuentes. Y a partir de mediados del siglo XX la brujería ha conocido un nuevo renacimiento, de la mano del surgimiento de las llamadas religiones neopaganas. Estas religiones han aparecido entre círculos de intelectuales ocultistas que tratan de investigar y recuperar los antiguos cultos paganos que quedaron proscritos con la difusión del Cristianismo, pero que, a pesar del tiempo transcurrido, y de la enorme presión ejercida sobre ellos, nunca desparecieron del todo. Entre las religiones neopaganas actuales, destacaremos la Wicca (del inglés Witchcraft: Brujería), que empezó a ser difundida desde 1954 por el británico Gerald Gardner. La Wicca es una religión sincrética que retoma la tradición de los antiguos druidas celtas, combinada con elementos de la cábala judía, del chamanismo, del budismo y de la astrología. La práctica de la magia forma parte esencial de su culto. Es, además, respetuosa con el resto de las religiones. Y no es proselitista, es decir, no busca “adeptos”, sino que está abierta a todos los interesados que se acerquen a ella por iniciativa propia. Comparte con el resto de las religiones neopaganas, un profundo respeto por la Naturaleza, constituyendo en cierto modo una versión espiritualista del ecologismo.

Neopaganos en Stonehenge (Reino Unido)

Reunión de wiccanos en Argentina
En la serie de televisión "Embrujadas" aparecen muchos elementos del Neopaganismo
En resumidas cuentas, parece ser que la brujería, después de haber sido proscrita, calumniada, perseguida y despreciada durante siglos, está silenciosamente sentando las bases de una nueva época dorada. Así que si miran hacia el cielo de noche y ven volando a alguien subido en una escoba, no se extrañen, porque podría ser perfectamente una bruja, o un brujo, porque haberlos haylos también, jajaja.



Y les dejo con un vídeo clip de la canción "Sugar, Sugar", interpretada por el grupo norteamericano The Archies (1968), perteneciente a la banda sonora de la teleserie de dibujos animados "Sabrina, la bruja adolescente".



Saludos.

jueves, 13 de octubre de 2011

LE DIJERON QUE VOLVERÍAN


Estimado doctor, he decido dirigirme a usted en este momento en el que me encuentro sumergido en un gran dilema. Usted me recordará porque hace tres años le recibimos en nuestra casa a propósito de la entrevista que usted quiso hacer a mi madre. Ella realmente nunca quiso contar nada, y, ahora que ella ya no está, creo que es el momento de que usted sepa toda la verdad que ella siempre prefirió mantener oculta, y de la que a usted sólo contó una pequeña parte.


Los hechos se remontan a su infancia. A mi madre le gustaban mucho los gatos y, desde muy niña, siempre tuvo en la casa uno de color gris como compañero de juegos. Y estando una tarde jugando ella sola en un prado cercano a su casa, cuando tenía, según ella, nueve años, vio cómo se le acercaba un precioso gato de color pardo rayado, al que no conocía, y que se recostó tranquilamente sobre la hierba. Le pareció tan encantador que quiso cogerlo en sus brazos. Pero, al acercarse a él, el gato salió huyendo y se internó por un olivar que había justo al lado de allí. Ella decidió ir detrás suyo y, tras una pequeña persecución, llegó a un claro donde el felino se había detenido. Y esta vez sí se dejó tomar en los brazos de mi madre. Sobre lo que ocurrió en ese momento ella pocas veces habló, porque, por un lado, lo tuvo olvidado durante muchos años, y, por otro, sólo quiso contarlo a personas de confianza por temor a ser tratada de loca.


La cosa es que vio cómo allí mismo se le apareció un extraño artefacto luminoso como surgido de repente desde la nada, y que se posó suavemente sobre la tierra. Ella en ese momento quedó paralizada, más por el asombro que por el miedo, y más aún cuando observó cómo descendían de aquella “estrella”, como ella lo llamó, tres seres de aspecto humanoide, tres “ángeles” y que, aunque no movían sus bocas para hablar, ella pudo entender todo lo que le decían. La invitaron a pasar y allí pudo observar que por dentro la estrella resultaba ser más grande de lo que aparentaba por fuera. Recordaba que las paredes desprendían luz por todas partes, que el suelo parecía ser metálico, y que dentro había más ángeles. La sensación de estar allí era muy agradable y parece ser que aquellos seres la trataron muy bien, y que le dejaron jugar con el gato allí dentro. Luego empezaron a hacerle preguntas de todo tipo sobre su vida y la invitaron a acostarse sobre una camilla rígida. Le dijeron que le iban a colocar un “aparato” dentro de su cabeza y que vendrían a buscarla cuarenta años después. Entonces se durmió.


Al despertar seguía en el claro del olivar, tendida en el suelo, pero ni rastro del artefacto luminoso. A un lado suyo, e inexplicablemente para ella, se encontraba su verdadero gato, el de color gris y de cuerpo esbelto, que la acompañó en su regreso a la casa. Mi madre contaba que este gato siguió conviviendo con su familia muchos años más, hasta que desapareció un día misteriosamente. 


Además, aquel suceso lo olvidó por completo, y continuó su vida con toda normalidad. Salvo que, por una extraña coincidencia que ella no acertaba a entender, cada vez que le desaparecía un gato, al poco tiempo volvía a encontrarse con otro nuevo, que le seguiría acompañando hasta volver a perderse.


Años después mi madre se casó y se fue a vivir a la ciudad. Pero siempre echó de menos su pueblo, y en vacaciones regresábamos a su casa y pasábamos allí una temporada. Pero hubo un año que estaba tan ansiosa por volver, que se nos adelantó unos días para ir a preparar la casa antes de que llegáramos el resto de la familia. Tenía por entonces cuarenta y nueve años. Y, en uno de aquellos días que estuvo sola en la casa, decidió ir a pasear con su gato por los lugares que conocía desde que era niña.



Ella nos contó que, al pasar cerca del olivar, el gato se le escabulló y se perdió entre los olivos, y se fue, naturalmente, tras de él. Al llegar al claro, empezó de repente a tener la sensación de que ya había estado antes en aquel lugar. Entonces, en ese preciso momento, se le apareció de nuevo la estrella. Y de nuevo también aquellos amables ángeles que la invitaron a pasar. Allí volvió asimismo a ser interrogada. Esta vez se le dijo que le iban a poner otro “aparato” en la cabeza. Mi madre se tendió otra vez en aquella especie de camilla y se durmió. Pero, al despertar, estaba aún allí, y los ángeles la acompañaron hasta la salida de la estrella. Se despidieron amablemente de ella, y le dijeron que volverían una tercera y última vez, para llevársela con ellos cuando ella falleciera.



A raíz de esta experiencia, mi madre empezó a recordar el suceso de su infancia, pero siempre fue cautelosa en contar estas cosas. Esa tarde regresó a la casa y allí ya estaba esperándola su gato.


Volvieron a pasar los años y mi madre, ya viuda y jubilada, decidió quedarse a vivir definitivamente en la casa del pueblo, donde solíamos ir a visitarla de vez en cuando. Realmente no vivía sola, porque hace años que la acompañaba un gato negro muy juguetón, al que nosotros también le tomamos cariño. Hace unos días que la llamé varias veces y no me contestó. Últimamente la notaba sorprendentemente muy feliz, como quien espera con ilusión algún acontecimiento importante. Sin embargo, temiendo lo peor, me acerqué rápidamente a su casa. ¡Y la encontré vacía!. Pregunté a los vecinos por ella, pero su respuesta fue que hacía días que no la veían. La he intentado buscar por los alrededores, por donde ella salía a pasear, pero no encontré ningún rastro suyo.


Estimado doctor, no tengo ni idea de dónde está mi madre y no sé qué hacer. La casa está impecablemente limpia y ordenada, e incluso sigue aquí su gato. Bueno, realmente se le parece mucho. He estado viendo fotos de mi madre con su mascota y podría decir que es él, creo reconocerlo, salvo por algunos gestos suyos que me resultan raros. Pero, a pesar del extraordinario parecido, estoy casi seguro de que el gato que tengo ahora mismo frente a mí, observándome con esa extraña mirada, ¡no es él!


-oooOooo-

Este relato ficticio está basado en testimonios de personas que afirman haber sido abducidas por entidades inteligentes extraterrestres. Y les dejo con un vídeo clip de la banda alemana Scorpions, que nos intrepreta su canción "Send Me An Angel" (Envíame Un Ángel), del año 1990.


Saludos.
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